Por Melina Pekholtz y Agustín Barúa Caffarena
Gotas que se desparraman en el aire, el aire que expande la humedad que absorbe, la humedad que nos envuelve y la respiramos. Así son las formas que nos zambullen, nos convocan y nos conectan a lo más profundo de nuestros cuerpos a través del imaginario de Antonella Fernández en su muestra “Morfologías de lo invisible” (agosto, 2021).
Lo orgánico de la materia que evoca nos vincula con la acuosidad del proceso de gestación, de lo femenino, de la vida misma creándose y recreándose una y otra vez, de innumerables formas y colores que estallan en la nada y de la nada.
Estas figuras amorfas que se repliegan sobre sí mismas parecen habitarnos, parecen cobrar vida desde la primera mirada, como si de un frotis se tratara, las incorporamos desde las entrañas.
Con esta capacidad de interpelarnos, la autoría de Antonella se afirma desde un lugar onírico y a la vez remite a la ciencia y a la naturaleza misma de todos los seres vivientes, nos cuestiona de una manera poéticamente existencial.
La autora parece no temer al vacío, a lo que resta de lienzo en blanco, para mostrarnos que toda densidad puede incluir esos intersticios en lo que lo vacuo se convierte también en soporte.
La belleza de su búsqueda se puede sentir en el equilibrio técnico que se aprecia en el cuidado de los límites cromáticos, en el control de sus siluetas premeditadas y en ese azar en el que devienen sus tintas, tomando y decidiendo sus propios caminos y dejando sus marcas en la tela.

Moure y Fernández en la galería Exaedro | Agosto, 2021
Lo abstracto como interpelación a una sociedad hiperconfigurada
Ejercicio situado y a la vez universal, su trazo tenue y sugerente establece una apuesta política a la abstracción.
El permiso de la no forma subvierte un disciplinamiento estético y ontológico que, en nuestra sociedad, tiene un hondo y arduo peso: el de lo normado, lo único, lo mensurable, lo utilitario, lo de siempre, lo indiscutible, en fin, lo hiperconfigurado.
¿Cómo darnos el permiso para que lo abstracto nos recorra, nos inquiete, nos desconcierte? ¿Cómo nos dejamos observar por la obra misma? Esta que nos interpela desde un lugar sumergido.

Exponer, poner y ponerse
Fernández nos invita a otros senderos, a otros paisajes, a otros horizontes, cimentados desde la apertura de su sensibilidad.
Para ello, asume peligros: la inevitabilidad de su desnudo a través de las formas abstractas. Estas narrativas íntimas ofrecen permisos tan necesarios para una sociedad ensimismada en la demasía visual, en las negritas de los relatos vociferantes. En este con-texto, lo frágil es alivio y espacio que agradecemos.
Esta exposición unipersonal, curada por Fernando Moure, estuvo expuesta en la Galería Exaedro.
